The Lady From Shanghai (Orson Welles, 1947)

Ya se ha dicho casi todo sobre 'The Lady From Shanghai'. De ésta guardaba un recuerdo concreto (no, no era la escena de los espejos), la escena en la que Rita y Orson se reúnen en el acuario. No sé por qué, pero recordaba esos peces gigantes tras sus cabezas, y la luz intermitente en su casa, y ese sonido seco, duro, con eco, al lado del ruido constante del agua calma en movimiento.

Pero volviendo a verla hoy me di cuenta de otra cosa. Me di cuenta de que, hay una escena increíble en el que ambos están en el barco y es un poco como el momento de la declaración de amor, donde todo se hace más explícito por primera vez y las cosas son llamadas por su nombre. En esta escena hay unas pausas larguísimas entre cada réplica y su contraréplica, hay un silencio sostenido, una tecla en suspensión. Y resulta lo más natural del mundo, aunque ahora lo que se lleve es siempre recortar hasta el mínimo segundo de silencio que queda en el aire, contestar antes de que haya finalizado la pregunta, no perder el tiempo, que el espectador se aburre.
De algún modo esto choca contra la rapidez de los sentimientos en los personajes de cine negro y del cine clásico en general. Hombres que aterrizan en el callejón y caen perdidamente enamorados de la primera gata que pasa en cuestión de segundos.
Sí, los personajes de 'The Lady From Shanghai' se aman o se odian o se casan o se quieren escapar al fin del mundo o asesinarse en cuestión de un par de escenas, pero estas escenas sabían tomarse su tiempo, deslizar las palabras como si la lengua estuviera llena de altibajos, dilatar el silencio.

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