Hugo Cabret (Martin Scorsese, 2011)

'La invención de Hugo' viene precedida por una calurosa y entusiasta acogida en Caimán de la que no he leído ni una sola línea. Después de verla, sólo cruza mi mente un pensamiento: los integrantes originales y fundadores de Cahiers du cinéma, jamás en la vida habrían aprobado una película como ésta.

Estamos ante una película absolutamente preciosa, de una perfección estilística digna de admiración, y creo que estas dos características dañan irremediablemente la película. Es demasiado preciosista, demasiado impecable. Me recuerda a cien mil millones de otras películas actuales con una dirección de arte y con unos efectos especiales apabullantes, pero que no conducen a ninguna parte más que a un choque visual que te deja boquiabierto durante dos horas. Pero si profundizamos en 'Hugo', si dejamos a un lado las incontables referencias y homenajes al cine, estamos ante una historia de lo más tradicional y nada arriesgada. El héroe que encuentra a su compañera de aventuras (niños redichos aún encima, por dios) víctimas ambos de historias lacrimógenas, un enemigo cogido por los pelos, un supuesto misterio por resolver, y un clímax final, también homenaje a 'El hombre mosca', por supuesto. Pero al fin y al cabo, nada nuevo bajo el sol.

Es cierto que 'Hugo' es una declaración de amor al cine, un intento de poesía sobre el inicio del mundo de las sombras y los sueños. Esto no deja de ser precioso por sí solo, al margen de la película. Pero considero más loables y sentimentales (sentimentales en el sentido de que sepan despertar la emoción y retratar amor hacia el cine, de un cinéfilo a otro, no en el sentido de SENTIMENTALOIDE en el que cae 'Hugo') algunas películas con mucho menos presupuesto detrás y que se han esforzado menos en gritar a los cuatro vientos ese amor hacia el cine, pues el amor se palpa en ellas sin ningún tipo de intencionalidad impuesta y sin diálogos demasiado explicativos que toman forma de lección. Estoy pensando en películas como 'Los 400 golpes' que lejos de ser una película sobre cine, contiene escenas de apenas cinco minutos donde vemos a Antoine Doinel escaparse del colegio para ir a ver una película al cine (escena parecida a la de 'Hugo') y a mis ojos, esa simple escena transmite infinitamente más amor por el cine que 126 minutos de la película de Scorsese. O en cualquier película de Tarantino. Sin olvidarnos de que la carta de amor más perfecta que ha dado el cine ya está escrita: Histoire(s) du cinéma.

Hubo un pequeño detalle que sí me gusto y es toda esta historia de los sueños que se hacen realidad. El cine supuso eso, sí, "es como ver mis sueños a la luz del día". Es por eso que el sueño que tiene Hugo en el que un tren va a arrollarle y que acaba colapsando en la estación, cobra todo su sentido cuando al final de la película ese sueño (o pesadilla, de las que también se ocupó el cine) se vuelve realidad. Irónica y paralelamente, sabemos de la famosísima historia del primer visionado de 'Llegada del tren a la estación de La Ciotat', donde la gente de la sala huyó despavorida por el efecto de realidad inminente que se les echaba encima. La realidad es, sin embargo, algo muy relativo en esta película. Que se esfuerza con miles de dólares en ser fiel hasta el último milímetro, cada cartel del decorado, y sin embargo, nos presenta un París años 30 donde absolutamente ni una sola persona habla francés. Todo tiene ese aire impostado del que hablaba antes, demasiado limpio, pero tan irreal. Esto me parece una contradicción demasiado imperdonable, volcar todos los esfuerzos hacia un sentido de fidelidad y deshacerlos por el otro lado de una manera tan tonta.

También creo que hay un choque entre lo viejo y lo nuevo que no acaba de funcionar. Se intenta retratar lo primero que tenemos del cine, lo más viejo, lo más roído, sucio y destrozado. Lo más naïve y mágico, y para ello se utiliza la última tecnología digital, lo más nuevo, lo más brillante del mercado. Estamos ante un despliegue de efectos especiales, que no dejan de ser la magia del S.XXI. Sin embargo hay una diferencia de tejido tan grande (un siglo, nada menos), en las texturas, en los colores, en la resolución de la imagen, que a causa de esta estilización, se traza un puente imposible de atravesar, que nos situa a millones de años luz de Méliès y sus películas, y la magia desaparece.

Me gustaría recordar una frase de Jean Cocteau que decía: "El arte produce cosas feas que frecuentemente se vuelven más bonitas con el tiempo. La moda, por otra parte, produce cosas bonitas que siempre se vuelven feas con el tiempo". Méliès era un artista que con sombras, luces, magia e imaginación puso el cine a caminar, le dio un corazón y una emoción y un pistoletazo de salida. 'Hugo' es caduca, y desde luego, no nos llevará a ninguna otra parte en la que no hayamos estado ya antes.

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