25th Hour (Spike Lee, 2002)

Hay una escena maravillosa en la que Monty, tan solo una hora antes de ir a la cárcel, está en el parque con sus dos amigos de la infancia. Entonces, le pide a uno de ellos (alguien que visiblemente le quiere pero le tiene mucho rencor, ese inevitable rencor que se tienen las personas que se conocen desde hace más de 20 años) que le parta la cara. Que se la rompa, que le destroce, que no puede entrar con esa carita bonita de escuálido chico blanco en la cárcel, o no durará ni un segundo. El amigo se niega, pero tras una discusión y forcejeos, termina arrojándole al suelo y dándole puñetazos en la cara. Y se oye todo, con muchísima intensidad. Se oye el cráneo chocando contra el asfalto, las gotas de sangre volando por el aire, aterrizando sobre su ropa, los dientes rompiéndose, el hueso de la nariz, los ojos siendo golpeados. Un ruido insoportable. Y entonces, el otro amigo se abalanza sobre él para detenerlo, gritando que lo va a matar, que ya es suficiente. Y todo se vuelve silencio, y empiezan a oirse, tan solo, unos pájaros. No piando, sino un aleteo fuerte, enérgico, un sonido que sólo pertenece al amanecer, a un sueño quizás, a un lugar lejos de allí, donde nada de esto está sucediendo. Y puedes volver a respirar, aliviado, mientras con esfuerzo, te pones en pie.

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