Spring Breakers (Harmony Korine, 2012)

Spring Breakers sería una de las últimas películas en cartelera que iría a ver si no fuera porque empecé a leer críticas por todas partes que decían que lo que hacía que pareciera una película de mierda era paradójicamente ironía. Leí un titular magnífico que decía que era una especie de obra hecha por Godard a tope de Red Bull. Pero sobre todo leí lo que me dijo mi queridísimo Cibrán (Tenreiro) (Uzal). Nadie podría hablar mejor de ella. Os dejo con su maravillosa crítica para Los 35 milímetros.

"El nuevo artefacto de Harmony Korine es una cosa insólita. Está tan cerca del cine experimental más radical como de Gandía shore, y eso lo hace enormemente disfrutable desde cualquiera de las dos perspectivas. Y, a pesar de eso, no es una película cómoda ni conformista, ya que Korine parece haber encontrado una extraña lucidez que le hace ir un paso por delante de cualquier crítica que pueda hacérsele. Aún así, la de Carlos Boyero es una obra maestra de la descalificación.

El reparto de Spring Breakers puede llevar a pensar que el objetivo de Korine es desmitificar a los símbolos de la cultura infantil americana más conservadora (Selena Gómez y Vanessa Hudgens lo son) a través de confrontarlos con un realismo extremado por la estética MTV. Pero la película se desenvuelve de una manera que contradice cualquier postura concreta, ya que no hay una toma de postura crítica ni ridiculista con respecto a los comportamientos de los personajes. Esto es parte de su audacia, ya que la simple puesta en escena de una superioridad moral progresista habría hecho de Spring Breakers algo con muy poco interés.

El argumento de la película puede echar algo de luz sobre todo esto: cuatro chicas que viven en una de esas ciudades anónimas perdidas por Estados Unidos quieren marcharse a Florida en sus vacaciones de primavera. Cuando llega el momento, no tienen suficiente dinero, así que tres de ellas atracan una cafetería encapuchadas y con armas falsas. La cuarta en cuestión, Faith (Selena Gómez), no lo sabe. Llegan a Florida y se embarcan en una fiesta permanente de bikinis, drogas y sexo, menos Faith porque es una buena chica y hace un poco de contrapunto. La policía desmonta una orgía y las mete en la cárcel, de donde las saca Alien (un James Franco desbocado), un rapero traficante de drogas que vive su vida a lo Tony Montana y ve en ellas potencial.

Korine relata todo esto con un nuevo estilo narrativo que es seguramente su mayor hallazgo. La historia no funciona de forma exactamente lineal, sino en una especie de ritmo regresivo propio del videoclip, en el que las consecuencias pueden aparecer tanto antes como después de su causa. También es propio de la borrachera: pasado, presente y futuro se juntan en un mismo punto. La sensación es de entrar en una espiral espídica durante noventa minutos, en la que la música nunca cesa. Por eso, en su continuidad visual y su renuncia a las convenciones de Hollywood, es pura experimentación. Lo inteligente de la idea es precisamente lo demencial de construir un experimento alrededor de un reparto tan comercial liderado por cuatro chicas en bikini viviendo una fiesta permanente. La idea parte probablemente de la construcción de los ritmos de visionado que funcionan actualmente: se ve la televisión mientras se twitea, con el ordenador abierto buscando información y la programación funcionando a través de resúmenes, avances y repeticiones. Korine ha trasladado eso al cine y puede abrir los ojos a cierto público americano confrontándolo con ciertas contradicciones alrededor de la moral, la violencia y los objetivos en la vida de cualquier joven sin aspiraciones.

Sin embargo, avisábamos de que la película va un paso por delante. Se mueve en un equilibrio posibilitado por su narrativa, que la hace estar tan cerca (o tan lejos) de la crítica social como de la apología del desfase del spring break. Harmony Korine no se vincula a ninguna posición, se mueve en una visión amoral, o que al menos no juzga, y eso es lo que le permite, en medio de toda la locura, encontrar verdades. América puede estar bastante podrida, pero divierte a sus espectadores. Spring Breakers es un producto genuinamente americano, fruto de esa tensión. Como toda gran película, no explica al espectador lo que debe sentir, sino que deja que construya sus emociones y sus conclusiones. Probablemente tengan mucho de incomodidad y mucho de haberlo pasado en grande. Como en toda gran borrachera."


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