Dark Horse (Todd Solondz, 2011)

Todd Solonz es uno de nuestros pequeños genios de lo grotesco, de lo perverso, lo retorcido, el "mal ambiente" que se esconde tras una de las fotografías más coloristas y alegres de los 90 a esta parte.

De adolescente me flipaba mucho con sus películas, las veía todas una y otra vez, pero un día todo cambió, no sé si yo o él. El caso es que todo se volvió como más tímido, más taimado, más sutil. Cuando un director hace un cine inteligente e ingenioso, tipo Woody Allen o Michel Gondry, le pides que vaya a más, que cada vez sea más ingenioso, más inteligente, más auténtico. Cuando un director hace el tipo de cine que Solondz hace, le pides que cada vez sea más ácido, más corrosivo, más crítico, que tenga más mala leche. Cuando este director hace lo contrario, lo sientes como un retroceso y la decepción te invade. Algo así me ha pasado con sus últimas tres películas.

'Dark Horse' es buena retratando el patetismo de lo cotidiano. Ese llegar a casa todos los días y encontrarte la misma imagen con ligeras variaciones. La televisión encendida, los rostros perdidos, los cerebros desconectados. No sé por qué razón, la imagen de gente viento la televisión es una de las más depresivas que conozco. Nada me pone más triste que entrar en una casa y escuchar la tele de fondo y ver a una persona sentada frente a ella con esa expresión de "todo ha acabado" en su cara.




En este sentido 'Dark Horse' es un retrato de un tipo triste, un freak patético como ya lo habían sido antes muchos de sus personajes, pero sin más. Nada detrás de eso. Ni acidez, ni perversión, ni nada grotesco. Nada nuevo bajo el sol.

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