Moonrise Kingdom (Wes Anderson, 2012)

C’est le temps de l’amour, le temps des copains et de l’aventure… y bam, una casita de muñecas, unas tijeras y sangre en el costado. Ese es el color y el sabor de Moonrise Kigdom, salsa agridulce, a veces suave y a veces salvaje, y es también el color y el sabor de Wes Anderson en general, ninguna sorpresa.

Moonrise Kingdom es un pequeño cuento de amor y aventuras de dos indomables, dos desarraigados y renegados, como acostumbran a ser sus protagonistas. Personajes al margen del mundo corriente, que se fabrican su propio mundo acorde a sus gustos y necesidades. Quién pudiera. Y es así como se nos cuenta la historia de Pierrot y Marianne, todavía en los años 60, pero a más color, si es que era posible. Personajes que en su maleta de superviviencia sólo meterían tres libros, un arma y un tocadiscos y después, nuestra pequeña playa.








Me gustó mucho Moonrise Kingdom porque no existe. A veces las películas me gustan porque me hablan de algo familiar que me toca de alguna u otra manera, sin embargo Moonrise Kingdom me habla de algo que no existe (no así, no al menos) y que quisiera tanto que existiera. Ya no están de moda los finales felices pero es que Wes Anderson siempre fue muy clásico a su manera, un clásico moderno. No es tarea fácil sin que te tachen de vacío, de pomposo, no sé ¿existe alguien en el mundo a quien no le guste Wes Anderson? ¿Alguien que se resista a esas miradas fijas, tristes, inquisidoras y frías a cámara?

Moonrise Kingdom es la más preciosista de las postales enviada desde un país que está muy lejos, es un encuadre desencuadrado, es un insulto a pon aquí la cámara, vigila el aire, ¿no crees que ese personaje está un poco demasiado a la derecha? y a la vez es un travelling perfectamente medido y equilibrado que nos remueve con su delicadeza. Es por tanto una suerte de riesgo que camina por la cuerda floja, una bomba que no sabes por qué lado va a explotar, adrenalina en las venas cuando todavía son jóvenes y hay necesidad de sentir el dolor, el mañana es insignificante y nada en el mundo concentra tanta energía como el aquí y el ahora. Es volver atrás, a este temps de l’amour, a viajar ligero de equipaje, no tener más que un vestido, el mar, y las ganas.

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