Black Mirror (Charlie Brooker, 2011)

La gente hablaba mucho de 'Black Mirror' así que ayer a la noche, sin demasiada cabeza como para centrarme en una historia de más de hora y media, me puse a verla (y a acabarla, irremediablemente). Podría hablarse de 'Black Mirror' como unidad, es evidente que los tres episodios tienen mucho en común, pero sobre todo el miedo, la exageración de una situación más o menos actual y verídica hasta límites insospechados (y muy "graciosos" en alguno de los casos). Sin embargo 'Black Mirror' es una trilogía que puede analizarse independientemente.  

El himno nacional: Me encanta. Es una de esas bromas de bar, grotescas y sin piedad, tipo "¿qué preferirías, que mataran a tu madre o follarte a un bebé?". Ya solamente el hecho de plantearse y filmar una elección así de un modo serio y elegante se merece un aplauso. Para los que no conozcan la historia y resumiendo: el Primer Ministro tiene que follarse a un cerdo en directo y sin trampas y difundirlo por la televisión si quiere evitar que maten a la Princesa Susannah que está secuestrada. Otro aplauso por encuadrar esta situación en el ambiente político, sin informarnos demasiado sobre los tejemanejes anteriores de este personaje, sino única y exclusivamente sobre su status social, la cara al público. Todo esto está aderezado con una difusión imparable llevada a cabo por las redes sociales y consecuentemente por el boca a boca. Twitter, Youtube, Facebook, teléfonos móviles con la teconología punta. Otro aplauso por hacer que el tema principal (la fuerza y el alcance de las tecnologías) parezca relegado a un segundo plano (algo hecho con sutilidad y elegancia que pierde ligeramente el segundo episodio). 'El himno nacional' plantea una situación que parece ridícula e irrisoria que finaliza como un drama de una pesadez y angustia insoportable. Y la hipocresía de los medios de comunicación que tan pronto pactan como dejan de pactar, que nunca pierden de vista el negocio y siempre tienen tan lejos la cuestión humana, la avidez por mostrarlo absolutamente todo, por una transparencia cegada. Y los planos de los rostros de la gente con muecas de repugnancia pero a la vez sin poder apartar la vista de la pantalla, tan culpables como los demás. Para que algo sea visto hace falta uno que enseñe, y otro que mire. Aún queriendo más aplausos y por si pensabas que esta brillante sátira no podía llegar más lejos, se introduce en el último momento una crítica más: el mundo del arte ¡postmoderno! (se me llena la boca al decir esta palabra). Y un meneo de cabeza por parte del espectador, preguntándose aterrorizado una importante cuestión que se repite ante los tres episodios: ¿A dónde vamos a parar?



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15 millones de créditos: Como he dicho antes, la segunda entrega me gustó menos porque me pareció más extrema y más obvia, demasiado. Menos elegante. Me recordó muchísimo a 'Wall-E', a la escena en la que vemos ese otro planeta donde todos son gordos y visten de rojo y cambian al azul si la voz en off dice que ahora está a la moda, y beben batidos sin parar y no tienen sentimientos ni ganas de tenerlos. Ese mundo donde nada es real, ni existe la mínima posibilidad de que algo lo sea. '15 millones de créditos' es el presente elevado a la enésima potencia. Un mundo cruel que a la vez guarda muchísimas similitudes con el modo en el que la sociedad funciona ahora mismo. Mi favorita: la de las millones de personas (espectadores de aquellos que alcanzan un sueño, ajenos a la vida, tranquilos en sus camas) que gracias a sus pedaleos en la bicicleta consiguen generar la energía suficiente como para que los focos que iluminan a los otros, a los que consiguen algo, puedan dar luz. ¿No os suena? A mí mucho. También me ha encantado ese final tan negro, en el que la única persona que parecía dispuesta a luchar por algo, a sacrificar lo que fuera por obtener algo real, acaba formando parte del engranaje que odiaba hasta la náusea. Al fin y al cabo, parece que la ley del morir o matar es la que rige a los seres humanos.



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Tu historia completa: Los recuerdos son unos de los materiales más interesantes para el cine, la literatura, la fotografía o la música. Parece que el pasado siempre pesa más que nosotros, como una sombra que nos arrastra siempre hacia atrás y que, inevitablemente, nos dificulta el avance. 'Eternal Sunshine of The Spotless Mind' ya había considerado que los recuerdos podrían convertirse en algo tangible y moldeable con lo que trabajar, aunque sólo en dos movimientos básicos: mantener o borrar. 'Tu historia completa' va más allá y nos presenta nuestros recuerdos como una imagen audiovisual integrada en nuestro cuerpo, 24 horas filmando, 365 días al año, toda tu vida: tu historia completa. Rebobine, pausa, zoom, play, borrar. Imagínense nuestras vidas con esta posibilidad. Yo lo he hecho, y mi primer pensamiento positivo fue: qué bien cuando cuentas una historia a alguien en plan "y me dijo esto y luego lo otro, ¿crees que me quiere?", y se lo puedes enseñar con un solo botón, la realidad vista a través de tus ojos, sin subjetivizaciones posibles, sin omisiones. Luego te entra el pánico y pienso que no podría mantener una relación sentimental con nadie si existiera la posibilidad de conocer absolutamente todo su pasado. Le pediría, por ejemplo, que me enseñara alguna de sus pasadas relaciones sexuales, aún a riesgo de rotura de corazón, porque yo soy así de masoquista. Y ante cualquier duda, examinaría el momento concreto del recuerdo de esta persona. El olvido nunca sería una excusa. Ni el "ya pasó". Es brillante y muy inteligente presentar cómo esta esclavitud de la memoria puede conducir a una persona hasta la locura y aurrinarle la vida.




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Las tres historias son tan pesimistas, oscuras y honestas que no nos dejan mucha libertad a la hora de tener una opinión sobre la tecnología, los medios de comunicación o las redes sociales. Y te preguntas: ¿Hemos llegado demasiado lejos? Pues sí, ya hemos llegado demasiado lejos.

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