Le cinéma de Max Linder (1905-1921)

Lo peor de las leyendas es cuando inundan por completo la imagen de un personaje y dejamos de centrarnos en la calidad de su obra para murmurar cotilleos. Hoy todo el mundo sabe que Max Linder, uno de los primeros cómicos más importantes en Francia sobre el que el propio Chaplin reconoció influenciarse, se suicidió. A mí no deja de parecerme triste e irónico que un cómico termine su vida de este modo, pero supongo que poca gente es capaz de tomarse con humor la I Guerra Mundial.

Lamentablemente, cuando se trata de películas hechas en 1910, la leyenda vive con más fuerza que la obra en sí, que es apenas revisitada por cinéfilos. Gracias al Cinematographe los nanteses tienen la oportunidad de descubrir a este pequeño genio. Me pareció curioso que la sala estuviera llena de niños, y ojalá pudiéramos alimentarlos siempre con obras de tanta calidad. Si yo fuera un niño, me gustaría poder pensar por un instante que el cine es eso y no lo que en realidad se ha convertido.

Max Linder era muchas cosas: irónico, inteligente, resolutivo, imaginativo, crítico, y sobre todo, contaba con esa calidad que muchos de los mejores directores de la historia del cine tenían: no ser obvio. Esconderse tras el humor para transmitir un mensaje político o social que, tristemente, aún tienen vigencia a día de hoy.

Tenemos que estar agracedidos a la gran parte de estos personajes del cine mudo que nos demostraron lo mucho que se podía hacer con tan poco. Que lo que siempre importó fueron las ideas, y no los avances tecnológicos que nos conducen hacia un vacío cada día más difícil de llenar.


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