The Celluloid Closet (Rob Epstein & Jeffrey Friedman, 1995)

La homosexualidad en el cine nació para hacer reír y con los años evolucionó hacia el llanto. Los personajes ya no eran locas con graciosos ademanes que mariposean, sino suicidas, depresivos, enfermos con tendencias sexuales pervertidas y totalmente inapropiadas.

Durante muchos años ser gay o lesbiana era, en el cine como en la vida, nada más que una insinuación. Una presencia silenciosa e invisible. Un murmullo, un tabú, una prohibición. Mucha gente se queja a día de hoy de eso del orgullo gay, que qué es eso de sentirse orgulloso, que por qué no existe el orgullo heterosexual. Pues porque el orgullo viene tras la lucha, tras una liberación, y nunca nadie tuvo que luchar por su derecho a ser heterosexual. Ningún heterosexual fue nunca discriminado por su orientación y nadie lucha por lo que ya tiene. Y sin lucha no hay orgullo. Llo lo beo así, dice una chapa que tengo.

Y no es que yo esté a favor de la censura, pero opino que en cuestión de arte hizo mucho más bien que mal. La reacción al fin de la prohibición y del famoso Código Hays fueron películas horribles por explícitas, burdas y obvias. Fue un despliegue de sexo sin sentido (haberlo hailo). Sin embargo encuentro incalculable el valor y la creatividad de todos aquellos directores que tuvieron que esquivar la moral conservadora utilizando la inteligencia tanto a nivel de guión como de técnica. Que tuvieron que utilizar miradas, que tuvieron que utilizar planos compuestos con cierta picardía, que utilizaron roces, frases con doble sentido, retorcidas, inteligentes, antes que mostrar a un personaje que simplemente recita soy gay. Ya se sabe: menos es más.

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