Trust (Hal Hartley, 1990)

Nunca podría definir con adjetivos concretos y palabras precisas qué son las películas de Hal Hartley. He visto algunas, otras tenían una pinta tan tan tan extraña que acabé por apartarlas a un lado tímidamente, asustada.
‘Trust’ es una de esas que pensaba que me encantarían ya sólo porque me encantaba la portada del dvd. El “estilo” de míster Hal ya deja su huella aquí, igual de invisible que las demás: no sé que la hace diferente del resto de portadas con chico y chica en una postura tan estética como incómoda y poco práctica, pero sí sé que es diferente. Hay algo obvio: es un poco cutre, en el buen sentido de la palabra. ¿Qué es algo cutre? ¿Por qué habría de ser negativo? Sin mirar en la RAE (que no creo que salga), yo asocio lo cutre con cierta falta de elegancia, cierto desparpajo y libertad, también. Al otro extremo de Wong-Kar Wai.
Como en los mejores westerns, los personajes de míster Hal son siempre desarraigados, a la deriba en busca de una isla, un oasis. No son personas normales (y no hablo de que sean “diferentes” como los personajes de las películas indies en plan Zooey Deschanel que se sienten desplazados del mundo y de la sociedad porque les gustan The Smiths en vez de Lady Gaga). Son diferentes ya desde su propia construcción: los miras y no, no son como los demás. Bailan mal y sin motivo cuando les apetece, y acaban de bailar y no te tienen que dar ninguna explicación.

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El personaje masculino de ‘Trust’ se juega a su novia con su madre haciendo una competición de beber ginebra y whisky hasta que uno de los dos caiga muerto, y lleva siempre una granada que trajo su padre de la Guerra de Corea en la mano, como dice él, “por si acaso”. Y sobre todo, tiene principios y conciencia. Este tío sí que es diferente a todos los demás.

Por su parte ella es una superviviente y me encanta cuando se sienta en un banco a hablar con una mujer desconocida sólo porque está triste (madre mía, puede estarlo, acaba de matar a su padre dándole una bofetada porque éste sufría del corazón, su novio con el que pensaba casarse acaba de dejarla porque está embarazada, su mejor amiga la ha dejado tirada, su madre la ha echado de casa, ha dejado los estudios y no le quieren vender alcohol porque tiene 17 años ¡aún encima!). La mujer sentada en el banco empieza a contarle todas las penas de su vida, que suenan ridículas al lado de las de ella, como que no le gusta el lugar donde su maldito marido al que no quiere la lleva todos los años de vacaciones. Harta de limpiar una casa que nunca está sucia, que incluso llega a desear cuando vuelve a ella que de repente esté hecha un asco. ¿Y sabéis qué hace ella? Se calla y se compadece, y sigue como sea, consolándose en aquello que ella podría haber acabado siendo.
Desde luego sus personajes no son normales, son mil veces mejores que todos nosotros los que sí lo somos.

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