La chevelure féminine.

Cuando fui a París, fui a la Cinémathéque Française, y había una exposición que me moría por ver: Brune ou blonde, la chevelure féminine sous les projecteurs. Tuve tan mala suerte que los franceses estaban en huelga por la subida de edad para jubilarse y no me dejaron entrar. Me iba esa misma noche, así que me puse muy triste. Estaba con Alejandro, y nos metimos en el bar de enfrente, que tenía el nombre de un actor, o de una película que no recuerdo. Pensé en volver a París sólo para ver aquella exposición, pero no lo hice.



Alguien me pidió que escribiera sobre alguno de los cortometrajes sobre el cabello femenino visto por seis grandes cineastas. Así que.

Uno de los niños de mis ojos: Reminiscence, de Pablo Trapero. El susurro italiano que se pierde entre la melena, los ojos, las bocas, la saliva. La sensualidad, la mujer. Todas nosotras hemos llevado a la peluquería una vieja foto de una vieja estrella con un cabello que sencillamente hoy no puede existir. Un peinado muerto y caduco, irrealizable en este mes, este año. Un peinado no es una cuestión de moda, es una cuestión de ser. Y algunos seres, no pueden volver a nacer. La melena ondulada y pelirroja de Veronica Lake pertenece a un país, a un cuerpo, a un cierto modo de amar y ser amada, y no puede ser arrebatado por ninguna de nosotras.



Otro que me cautiva: Bette Davis, de Isild Le Besco.
Siento que sus ojos están justo donde quiero que estén, y que ella está escuchando justo lo que yo quiero escuchar. Y oliendo el pelo justo en el ángulo que a mí me gustaría poder oler. El sonido del cepillo atravesando con sus púas por todos los nudos de nuestra cabeza. Cuando éramos niñas, siempre había otra niña que nos peinaba, que metía los dedos entre nuestro pelo, que los acariciaba. Casi ninguna mujer está satisfecha con su pelo: lo tenemos liso, lo queremos rizado. Somos rubias queriendo ser morenas. Y nuestro flequillo es imposible, pero el de Ella siempre está perfecto. Luego crecemos y somos una mujer deshaciéndole la trenza a otra.



Les cheveux noirs, de Nobuhiro Suwa. Una vez y por amor firmé un papel en el que prometía que nunca más me cortaría el pelo y que lo dejaría muy muy largo. Lo tenía corto, y aguanté 3 años sin cortarme ni siquiera las puntas. A él le gustaba el pelo largo. Creo que a casi todos los él les gusta el pelo largo. Debe ser algo inconfensable, oculto y totalmente antropológico e involuntario, pero que las mujeres nos atreviéramos a cortarnos el pelo fue en su momento lo mismo que nos atreviéramos a llevar pantalones. La melena es la feminidad por excelencia y hay incontables fetiches inolvidables alrededor de ella. Siempre recuerdo la cara de un chico cuando su novia le llamó por teléfono para decirle que se había cortado el pelo. Su boca se puso seria, parecía que el aire no le llegaba bien a los pulmones. Más de una vez nos hemos encerrado en el baño con unas tijeras sólo por despecho o venganza. Cuando alguien nos deja: ¿ah sí? pues voy a cortarme el pelo, te vas a enterar. A veces tengo pesadillas con que alguien me corta el pelo. Pienso que sólo las chicas bonitas pueden llevar el pelo corto. Una vez que conoces la melena, que sabes lo que es despertarte alborotada, que te haga cosquillas en los hombros, hay que ser fuerte para querer abandonarla. Ya lo decía Wild Honey oh, Isabella, don’t cut your hair. let it grow out, see your sisters. let it grow out just like them.



Y por último: No, de Abbas Kiarostami. Increíblemente perfecto. Volvamos a las niñas. Que somos coquetas por definición y que queremos que nuestro pelo sea bonito y brillante y odiamos todos los champús que pican en los ojos. Recuerdo a mi madre peinándomelo después de la ducha, y yo llorando y gritando porque me tiraba. Para una niña que le corten el pelo es una pesadilla tan grande como que tu madre te tire tu vestido favorito porque según ella está viejo. No es simplemente algo nuestro, es lo que somos. Sabemos que crecerá, pero sólo queremos llorar y desde luego, no tener que esperar. No tener que esperar a nada, a tener edad para maquillarnos, para tener novio, para salir de fiesta, para ser como nuestra madre. Queríamos ser mayores, y ahora queremos ser niñas. Es el amor a lo que fuimos y ya no somos, a lo entrañable y lo nostálgico de todos esos sentimientos que expresa con insultante naturalidad esa preciosa niña de cuatro años de pelo fino y rubio, que es, además, todas las niñas del mundo, con el pelo más corto, más largo, más rubio, más rizado, más despeinado, todas las niñas que, por encima de todas las cosas, no quieren que el mundo las cambie.



Algunas mujeres sólo son bonitas porque tienen un pelo bonito, como Charlotte Gainsbourg. Se dice -no lo sé- que todas las actrices utilizan pelucas en las películas, porque el calor y la luz de los focos dañan irremediablemente la queratina. Algunas se lo han rapado para cambiar de vida, otras lo pierden en el intento. El cabello femenino que ondea al viento frente a una playa, dividiéndose en finos cabellos, que se mete en los ojos y en la boca de las chicas, que a veces es cortado, roto, que cambia de color según el sol y las nubes, o el cabello femenino, objeto de pudor y mal visto por algunos dioses y sus súbditos, que ha de ser escondido. El cabello femenino, que teme y se ensucia ante la lluvia o al salir del mar, seco y lleno de sal, como una medusa. El cabello femenino que nos hace niñas y nos hace mujeres. La única de nuestras certezas.

Comentarios

  1. Qué bonito texto amiga, yo también quiero que me pelo crezca de una vez, y crece muy despacito aunque vosotras me digáis siempre que "sigue igual que siempre" ;)
    Iriani

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  2. ¡Las amigas somos muy objetivas y de sangre fría sobre el pelo de las demás! Con el nuestro propio somos el melodrama, un centímetro es el Apocalipsis.

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  3. http://www.cinematheque.fr/expositions-virtuelles/bruneblonde/list.php

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