Festival de Cinéma Espagnol de Nantes

Está siendo en Nantes el festival de cine español y es mi oportunidad para ponerme al día con todo lo que me estoy perdiendo en el exilio. Veo películas de las que no sé nada, no he visto nada, no he leído nada, porque ya sabéis que odio leer sobre cine.

Empecé con Gente en sitios, que aquí tradujeron como gente normal (Des gens normaux). Me hace gracia porque la gente que sale en la película es de todo menos normal, y a la vez, todo transcurre en un halo de rutina que la hace única. Gente en sitios es tan maravillosa que hubiera deseado verla otra vez y luego otra vez más y que ella fuera la única película del festival de cine español. Me hace creer en una realidad paralela, en salvar el día a día, me hace pensar que todo es posible, si quieres que lo sea. Por otra parte me parece terriblemente arriesgada. Me imagino el proceso de creación, miles de ideas absurdas que desfilan una tras otra, y lo imposible de diferenciar cuál es valiosa y cuál no lo es. Andar como un funambulista por una cuerda, a un lado el ridículo más absoluto, al otro la genialidad. E inclinarte sobre la segunda durante hora y media, sin titubear.



¿Sabéis cuando veis una película que os encanta y os entra la valentía y las ganas y decís "venga, vamos a ver otra, y otra, y otra"? Pues no lo hagáis. La mayor parte de las veces solo os encontraréis con una película mucho peor que la anterior que os hará pensar en lo buena que era la primera y decir, ¿por qué no lo habré dejado así?  Hacer eso es como buscar pareja nada más separarse. No lo hagáis. Saboread a la perdida, a la pasada. Quedaos un rato con ella acordándoos de sus cosas buenas. El caso es que vimos Los fenómenos. Le tenía ganas porque 1. Venía el director a presentarla 2. Salía Luis Tosar 3. Es del mismo director que La noche que dejó de llover, que es una película increíble, original, poética y única. Los fenómenos no lo es, solo es una película social más, dramática hasta la médula y con atisbos hippies. 



Al día siguiente fuimos a ver La Herida. Es curioso porque, salvando las enormes distancias, me recordó muchísimo a Camille, un corto que hice cuando estaba en la facultad que hablaba sobre una chica con un dolor o una tristeza incierta, nunca justificada. Ana, la heroína de La Herida, sufre el mismo tipo de dolor de nosequé. Me sorprendió ver que había incluso escenas idénticas, por ejemplo en la que folla con un tipo que acaba de conocer y luego le dice "lárgate" y le echa de su cama, y luego se queda en una especie de punto suspendido, recuperando el aliento. Me pareció curioso que un síntoma se expresara de igual manera en dos cabezas diferentes en un momento diferente. Luego me di cuenta de que eso pasa todos los días, a todas horas. El caso es que La Herida tiene muchas cosas interesantes pero muchas otras que no lo son. Me gusta cómo pivota respecto a su personaje sin hacernos sentir pena ni tampoco odio. Y no es fácil, porque cuando sometes a un personaje tan torturado sin dar ninguna explicación corres el riesgo de que a la gente le resulte irritante. Pero Ana no lo es. Tampoco da pena, no se arrastra, no sientes ni una pizca de piedad ni especiales ganas de ayudarla. Solo la miras. La observas. Y estás con ella en silencio.



Tenía muchas ganas de ver Caníbal. Es de Manuel Martín Cuenca, que hizo La flaqueza del bolchevique, una de mis películas favoritas del mundo en mi adolescencia. Caníbal comparte muchos puntos con La flaqueza del bolchevique, especialmente que ambas son capaces de hablar de un pedófilo y un caníbal sin ponerlos en el punto de mira, sino haciéndonos ellos. Metiéndonos en su cabeza, haciéndonos cazadores, hasta que podamos entenderlos. No se les juzga en ningún momento, y lo mejor, se cuenta aquella parte no morbosa. El día a día de un caníbal, cuando no come. El día a día de un pedófilo, cuando no folla con niños. Y es hermoso poder tener el privilegio de meterse en la cabeza de alguien que me plantea tantas preguntas. Me parece un privilegio, como tener un palco en la ópera. No es fácil, es valiente. Hay otro punto en común en ambas películas y es la gran broma final.

Tanto en La flaqueza del bolchevique como en Caníbal el héroe tiene un oscuro objeto del deseo: bien la adolescente de la que Luis Tosar se enamora, bien la rusa de la que Antonio de la Torre se enamora también. Luis quiere follarse a esta adolescente (aunque sea con amor), quiere tocarla, pero eso supondría sucumbir al pecado, atentar contra las normas de la convivencia social básica que nos dicen que no podemos acostarnos con menores de edad. Antonio de la Torre quiere comerse a Nina. Su deseo sexual se expresa a través de la comida. Es virgen, pero canaliza su deseo a través del acto de engullir estos cuerpos femeninos, perfectos, con olor a carne fresca. En ambos casos, es el oscuro objeto del deseo el que muere, y sin embargo nos quedamos con la sensación de que es el depredador el que es castigado. Frustrados por no haber podido hacer realidad su deseo, les dejamos solos, completamente incapacitados para recuperar su amor, y con el peso de la culpa hundiéndoles poco a poco. Ese es el verdadero castigo.



La última película que vi en el festival de cine español fue Violet. Violet me dio ganas de salir de la sala, algo que no me pasaba desde No es otra estúpida película americana en 2001. Rebobinar. Hasta llegar a ese momento de la noche en el que decides ir al cine a darle una oportunidad a una película solamente porque sale Leticia Dolera que actúa fatal pero es bonita de ver. Como le pasa a muchas películas. Y a veces ni eso.

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