La vie d'Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013)

Me prometí a mí misma que empezaría a hablar de La vie d'Adèle centrándome en sus mil y unas virtudes y vencería al cabreo que me provoca la más patética y absurda de las críticas que he escuchado en mi vida. Esta crítica viene de la mano del "sector lésbico", porque resulta que es un sector y tiene reglas a las que tienes que amoldarte para complacerlas y que salgan de la sala de cine dicendo "esta es nuesta Biblia, esto me representa". La crítica en concreto es: el sexo lésbico no es realista. No es así como las lesbianas follan. Un director dirigiendo a dos actrices heterosexuales, lo que faltaban son lesbianas en el plató para darles una clase de cómo dos lesbianas se desenvuelven entre las sábanas. Recriminarle a Abdellatif Kechiche ser un hombre dirigiendo una película sobre dos lesbianas sin conocimiento de causa es tan absurdo como recriminar a Kubrick por haber filmado 2001 sin haber ido nunca al espacio o a John Ford hacer westerns sin haber vivido el S.XIX. Es tan absurdo como recriminarle a Bertolucci El último tango en París porque generalmente no involucramos a la mantequilla en nuestras prácticas sexuales diarias, así que eso no es sexo heterosexual. Y yo, enfurecida de rabia ante la Gran Estupidez Humana me pregunto: ¿qué es eso de sexo lésbico? ¿qué es, en general, el sexo? ¿Es que hay acaso un manual a seguir paso por paso? El sexo es la manera que tienen dos personas (o tres, o cuatro) de demostrar sus deseos, y estas maneras pueden ser tan distintas, originales, tradicionales o arriesgadas como estas dos personas sientan la real gana de poner en práctica. Esto es algo tan obvio que me parece hasta insultante tener que explicarlo al sector lésbico indignado.

Yo, que nunca me identifiqué como lesbiana y sin embargo llevo 3 años acostándome con una mujer, he hecho el amor de la misma manera que lo han hecho Emma y Adèle. Lo recuerdo, concretamente, como el sexo de las primeras veces. Donde falta la coordinación pero sobran las ganas de devorarse y todo es más ansia que suavidad. El sexo no son diez posiciones concretas, el sexo no es excluyente, ni exclusivo. Lo mejor del sexo es, precisamente, su capacidad de reinventarse ante cada persona que decide practicarlo dejándose llevar, y sus combinaciones son infinitas y eternas. Así que al próximo ser cuadrado que me diga que eso no es realista, primero le partiré la cara por imbécil, porque a una le cuesta mucho controlar su ira, y segundo le explicaré, como a un bebé, que existen tantas realidades como personas y puntos de vista, y que si continua toda su vida intentando amoldarse a eso que se supone que su género, su orientación sexual o su clase social le indica que tiene que hacer, no va a llegar a ninguna parte en la que a mí me gustaría estar.



La vie d'Adèle tiene una pizca de Jeune et Jolie, otro de los descubrimientos del año. Tiene concretamente dos escenas que son idénticas: una son las escenas en el instituto, en las que vemos un primer plano de los adolescentes recitando un párrafo del libro/poema del momento frente a la cámara. Ambas escenas tienen en común, además, la falta de emoción a la hora de recitar, como quien tiene palabras delante pero no es capaz de descifrarlas. La importancia de la educación en la vida de Adèle y en la vida de Isabelle, nuestra jeune y jolie particular, empaña toda la película. Hay además otra escena repetida, y es cuando Adèle se masturba sola en su cuarto, mientras Isabelle hacía lo mismo. Isabelle se masturbaba clandestinamente, en silencio sobre su vientre, y era descubierta por su hermano. Sin embargo Adèle se masturba boca arriba, no tiene miedo de hacer demasiado ruido y sin embargo, nadie la ve. Esto es algo que me maravilla de su personaje. Nadie llega nunca a adentrarse en su cabeza. Tiene siempre esa boca torcida hacia la tristeza y esos ojos vacíos de algo parecido a la soledad o la incomprensión o la falta de algo, sin poder llegar a entender por qué. Siempre está ahí, presente, con toda su fuerza, sin miedo, y sin embargo nadie llega a descifrarla.



Otra de las cosas relindas y hermosas de La vie d'Adèle es la relación que se establece entre estas dos mujeres. Ambas han estado con hombres y ambas han decidido quedarse con las mujeres, pero una más que otra. En cualquier relación siempre hay una más y otra menos. Emma es más mayor que Adèle. Emma tiene más pájaros en la cabeza, estudia Bellas Artes y quiere ser pintora. Está satisfecha con su orientación sexual y no se esconde de nadie. Adèle es, por así decirlo, todo lo contrario. Está todavía en el instituto pero tiene muy claro lo que quiere hacer en la vida y qué pasos debe dar para conseguirlo. Sin embargo y como cualquier mujer en su despertar sexual, no tiene muy claro qué es lo que quiere y se acerca temerosa a sus opciones al principio, para luego lanzarse voraz y obsesiva cuando descubre que eso es lo que quiere. ¿Acaso eso no nos representa, como mujeres? Yo, al menos, le doy más importancia a sentirme más identificada en este proceso de descubrimiento sexual que en haber puesto en práctica o no una postura concreta en la cama.

Lo hermoso, como decía, es que estas dos mujeres se buscan y se encuentran y tienen lo que se llama un flechazo, aunque en francés me parece que se le hace muchísima más justicia a su verdadero valor: coup de foudre o coup de coeur. Literalmente, algo que te golpea en el corazón para dejarte herido, marcado. Lo que tienen es animal y sin embargo sostenible en el tiempo. No alcanzamos a saber cuánto tiempo permanecen juntas Adèle y Emma porque, ah, ese es otro de los pequeños toques de maestro de La vie d'Adèle: cómo no tenemos la más mínima consciencia del espacio y del tiempo durante las 3 horas que dura la película. Primeros planos asfixiantes, contraplanos que no responden a nuestras preguntas ni a nuestras ansias por saber qué se encuentra delante de las miradas de las protagonistas. Todo en pro de un dolor desgarrador que sientes cuando la película llega a su fin.



Pues eso. Estas dos mujeres que no tienen absolutamente nada en común salvo el amor y el sexo (¿para qué más?). Somos testigos del inicio de su relación y del final, pero no sabemos nada de lo que pasa durante la misma, sencillamente porque podemos imaginarlo: amor y sexo. Amor y sexo, todo el día. Las cosas se caen por su propio peso y nos damos cuenta de que la única manera que Adèle y Emma tienen de ser una sola persona es en la cama. Las fiestas, a las que todos los amigos raritos de Emma acuden, no hacen más que separarlas. Emma y Adèle, en su día a día, son un poco el aceite y el agua. Una sabe flotar sobre la otra, pero por más que lo intenten jamás lograrán mezclarse. A Emma y Adèle les falta un poco eso que hacen todas las parejas cuando se conocen. Ese yo cojo un poco de ti y tú coges un poco de mí. Una especie de contaminación, de ganas de compartir o mostrar. Emma y Adèle no se enseñan, y lo más importante, Emma y Adèle no se aprenden. No se aprenden la una a la otra en ningún momento.

Si hablo de esta forma tan caótica de La vie d'Adèle es porque todavía no he encontrado la manera de superar el daño que me ha hecho. Es porque todavía intento quitar las balas de estos disparos a quemarropa y lamerme las heridas. El caso es que me he sentido tan identificada con las cosas que ocurren y las cosas que se sienten en La vie d'Adèle, de la misma manera que Adèle se ha sentido tan identificada con las cosas que ocurren y las cosas que se sienten en La vie de Marianne, que todavía no he podido despegarla de la piel y solo pienso en cuántos días podré soportar sin volver al cine a hacerle otra visita y permitirle lastimarme otra vez.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Blog (Elena Trapé, 2010)

Neighbors (Nicholas Stoller, 2014) / Wish I Was Here (Zach Braff, 2014)

La fille du 14 juillet, Swim Little Fish Swim, Sous la jupe des filles, Ocho apellidos vascos, 3 bodas de más