Blancanieves (Pablo Berger, 2012)

Creo que es muy difícil por no decir injusto, por no decir impropio, encasillar en palabras esta hermosa crueldad que se narra en cada uno de los planos de Blancanieves. Hablar de la belleza que hay en el dolor extremo de cada una de las acciones, de la pureza cegadora que late en los ojos de Blancanieves. Creo que es muy difícil no perderse en el halo de luz que aterriza sobre la pantalla, en la suavidad y la certeza y ese empujar un poco más fuerte que Pablo Berger nos regala.

Blancanieves es una nueva forma de ver la pesadilla de los hermanos Grimm, aunque está filmada de un modo en absoluto nuevo. Sin embargo, la riqueza del montaje, de las metáforas, las sutilezas, la elegancia y lo maravilloso de sus movimientos de cámara la situan en una obra digna de Frank Borzage, o de cualquier otro de aquellos que tuvieron que aprender a prescindir de las palabras. Ojalá todos tomáramos ejemplo y pudiéramos (re)aprender a hablar más con los ojos que con la boca.



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