Her (Spike Jonze, 2013)

Os voy a contar una historia. Cuando tenía 13 años tenía una mejor amiga: Nela. Éramos inseparables, yo la desnudé y la metí en la ducha la primera vez que se vomitó el vestido en fin de año. O quizás fue al revés. Éramos tan la una de la otra, que no se sabía muy bien dónde empezábamos y donde acabábamos. A los 13 años internet era ese ente extraño que se acercaba tímidamente a nuestras vidas. Teníamos un modem de 56k que se desconectaba cada vez que alguien llamaba al fijo de casa, y nos metíamos en el chat de Terra. Una vez conocí en el chat a un chico que se llamaba Sergio. Sergio era tan perfecto para mí que daba miedo. Nos gustaban las mismas cosas, compartíamos opinión sobre todo, solo nos faltaba acabar las frases del otro. Era lo que se suele llamar mi alma gemela, mi otra mitad perdida en el mundo. Además vivía en un pueblo a 30 km de mi ciudad, lo que hoy en día sería una nimiedad pero que a los 13 años, sin posibilidad de coger el coche o el tren, era una distancia inabarcable y que justificaba sin problema el hecho de que nunca nos hubiéramos visto en persona.

Estuve perdidamente enamorada de Sergio durante meses. Soñaba con él, hablábamos a todas horas. Luego llamaba a Nela para contarle lo mucho que le quería y de cómo me moría por conocerle. Un día descubrí que Sergio no existía, sino que Sergio era Nela. La persona que mejor me conocía del mundo había utilizado esta especie de recipiente virtual para volcar en él al hombre de mis sueños. Y lo hizo de un modo tan real, tan palpable, tan perfecto, que sentí por este holograma ese amor loco, tonto e irracional que sientes a esa edad. Nela tardó mucho tiempo en reconocerlo, y nunca supe sus motivos. Pero me hizo feliz durante un tiempo, y aún a día de hoy se vanagloria: ¿Te acuerdas de cuando hice que te enamoraras de mí?

Viendo Her me acordé de esta historia porque la realidad es una cosa tan frágil que asusta. Nadie podría decirme que lo que yo sentí por aquello que ni siquiera era real no fue real. Lo fue. Lo sentí en el estómago. El dolor era real, la felicidad era real. ¿Cual es pues el valor de la realidad? ¿Cual es la importancia que tiene si un derivado tiene la misma fuerza y el mismo poder que lo real? Yo he llorado y reído con Her aún sabiendo que estaba ante una historia de amor que solo existía en un 50%. De la misma manera que lloré cuando desconectaron a HAL 9000 aún sabiendo que no tenía corazón ni sangre latiendo por sus cables. Cuando le rompen el corazón a WALL-E. Her me hizo daño porque todos hemos estado ahí. En esa escena, y en esa otra. En esa cama vacía en medio de la noche, esperando un teléfono que se ilumine, alguien al otro lado. Todos hemos estado ahí, diciéndole a otra persona que ya no más, o siendo dichos. Y arrepintiéndonos al día siguiente.



Viendo Her también me acordé de ese episodio de Black Mirror. Be right back. El principio es el mismo: la tecnología que es capaz de crear (o recrear en este caso) a un ser humano cálido, que habla y siente como los demás seres humanos. Pero que no lo es. Hay algo retorcido, perverso, aterrador y mórbido en esta idea. Y sin embargo soy capaz de meterme en situación y admitirme a mí misma que yo también perdería la cabeza y me dejaría llevar por esta ilusión.



Sin embargo Her es más una historia de amor que una historia del alcance de la tecnología. No se limita a hacer una crítica de la frialdad y la soledad a la que nos abocan los avances tecnológicos sino que al final, les otorga el poder de salvación. Esos entes virtuales han venido a salvarnos. Han venido a devolvernos la capacidad de amar, a enseñarnos cómo acercarnos al otro, a despertarnos de esta pesadilla de soledad y vacío en la que solo nos rozamos en el metro, nos rozamos en el trabajo, nos rozamos en la cama. Manteniendo la distancia de seguridad.



-I've never loved anyone the way I loved you.
-Me too. Now we know how.

Es cierto. Now we know how.

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