The Spectacular Now (James Ponsoldt, 2013)

Veo The Spectacular Now adormilada en el sofá con mi novia entre los brazos. Fuera llueve, o no. Hace viento, en todo caso, como todos los días. Si levanto la vista del ordenador veo los árboles negros bailando al son de esta tormenta. Veo el interior de las casas de los vecinos de enfrente, porque nunca bajamos las persianas, nunca apagamos del todo las luces. Es una especie de pacto silencioso. Ellos nos dejan observar su vida si nosotras les dejamos observar la nuestra. Así, cuando me aburro viendo una película como The Spectacular Now, siempre puedo levantar la mirada y mirarlos, cenando, follando, viendo la tele, una especie de mise en abîme reconfortante. No me identifico con este capullo de protagonista, que se cree el mejor y es solo un perdedor. Me identifico menos con esa virgen mosquita muerta que tiene por novia, que se compre un poco de amor. Pero esa gente que vive enfrente, se mueven exactamente igual que yo, y si pudiera leer sus labios con unos prismáticos (un día), seguro que dicen frases a las que me gustaría contestar. Me fui a buscar algo lejísimos cuando lo tenía justo enfrente.

Hay algo pequeño en The Spectacular Now que me hace darle el privilegio de quedarse a mi lado hasta el final. Y es este ambiente de final de la fiesta que me vuelve loca. El viernes hice una fiesta con mi novia. Lo que aquí llaman una crémaillère, que es una especie de bautizo de barcos pero para las casas. Aunque hace ya 4 meses que nos mudamos. A las 6 de la mañana aún había unas 20, 30 personas en nuestro salón que bailaban desnudos, drogados y felices. Nos besábamos unos a otros sobre las mesas, las sillas, el suelo. Otros, se iban al balcón bajo la lluvia buscando su momento. Y es un poco como cuando no quieres estar solo, quieres que toda esa gente se quede alrededor de ti, bailándote, besándote, tocándote, porque temes el final de la fiesta. Ese momento en el que el disco se atasca y gira eternamente, hay más alcohol en tus zapatos que en las botellas. Ese momento que tan bien ha descrito Espanto cuando cantó. Los invitados en el exterior bailaban contentos sin tiempo ni para pensar, bailaban borrachos y sin reparar en la estampa. Y al final de la fiesta, nadie se quiere marchar, tú me miras y bostezas. Ay, qué tristeza me das. Muerta sobre los postres, la lluvia moja mi cara, ¿por qué no nos vamos de aquí? ¿Es que esta fiesta no acaba? Y al final de la fiesta, rímel corrido y champán. Toda fiesta tiene dos caras: la del que se quiere ir y la del que se quiere quedar.

Y es que no hay nada que se me antoje tan triste como ese momento de volver a casa, o tener que quedarte en ella como en mi caso. Son las 8 de la mañana y todos los demás se han ido. Mi novia está sentada con un chico en el balcón esperando el amanecer, los escucho hablar, también los escucho en silencio. Yo estoy con ese otro chico metida en la cama, besándole sentada sobre él. Sé que ambos se van a quedar con nosotras a dormir este nuevo día, y sin embargo ya siento que todo se ha acabado. Que hay que crecer. Hasta mi próxima adolescencia, o hasta el próximo viernes. Quién podría culparme. Al final de la fiesta, nadie se quiere marchar.


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