Before Midnight (Richard Linklater, 2013)

Para mí, hasta ahora, había dos maestros del matrimonio: Stanley Donen, con una de las mejores películas del mundo, Dos en la carretera, e Ingmar Bergman, con su Secretros de un matrimonio. El uno con su muerte y su mundo oscuro y pesimista y filosófico y el otro con sus musicales coloridos e historias que siempre acaban bien, no podrían ser más dispares. Audrey Hepburn y Liv Ullmann. Y sin embargo, coinciden en una cosa: el amor es un camino cuesta abajo. Y en un matrimonio, vas sin frenos. Ni la más romántica y hermosa de las parejas escapa a esta decadencia, a los secretos, a los rencores, a las fatigas, a las rutinas, a las quejas, a las manías. 

Fue también el propio Bergman el que resumió todo este asco y hastío una de esas escenas que podrías ver una y otra vez hasta desmayarte:



Y cuando Stanley Donen y Frederic Raphael escribieron:

-¿Qué clase de personas se sientan en un restaurante y no tienen nada que decirse?
-Los matrimonios.

Pues bien, no es el caso de Jesse y Celine, que nos tienen acostumbrados a hacernos saber que tienen mucho que decirse. El trabajo, los niños y la rutina les hicieron ahorrar saliva suficiente como para regalarnos dos horas de película en la que no hacen otra cosa que hablar y hablar y hablar. Como en los viejos tiempos. Y lo que nos gusta a nosotros escucharles. Jesse y Celine me recuerdan a alguien que fui y a alguien que tuve para mí. Siempre teníamos algo que decirnos. Algo sobre lo que hablar. Esa película griega de los años 50. Esas hipótesis dolorosas que nunca hay que formular. Estos Jesse y Celine que fui con alguien se murieron, pero estos dos ahí continuan, como unos guerreros.

Salta a los ojos lo que es Before Midnight. Es una oda al desencanto. Es un golpe de realidad. Una bofetada al romanticismo. Pero. Conservando la savia de sus personajes. Guardando esa pizca de magia que los hace, de alguna manera, únicos. Before Midnight, la más fuerte detractora de los finales de fueron felices y comieron perdices, nos enseña la indigestión posterior a esta comilona. O más bien, lo que se siente tras 18 años comiendo perdices: no es un sueño.

Jesse y Celine son los mismos de siempre, pero hay diferencias. Esas pequeñas diferencias de las que hablaba Bergman que solo son apreciables en las distancias cortas. Esa pequeña arruga al lado de la sonrisa. Se quieren, pero, han sido o no infieles. Siguen siendo guapos, pero, Celine ha engordado y Jesse tiene canas. Siguen teniendo de qué hablar, pero, la mitad de esas conversaciones son disputas. La única y la mejor manera de contar esa historia es como se ha hecho, cada 9 años. Todo en pro de un realismo que nos araña por dentro. Tan real, tan cierto, tan yo he vivido esto, que hace daño.

Entre tanto blablabla, hay una escena de silencio absolutamente bella y desgarradora. Esa escena en la que Celine le dice a Jesse que ya no le quiere y se va de la habitación del hotel dando un portazo. Jesse se queda solo en esa habitación vacía y mira uno a uno los rincones llenos de esa ausencia. Y es triste porque no es tan triste como debería ser. Es triste porque no es solo soledad lo que se siente, es también un poco de indiferencia. De pereza. Ese punto en el que ya no corres detrás de la otra persona cuando esta se va, ese punto en el que te sientas pensando ya volverá. O ya lo arreglaré más tarde.

Ese punto es triste y melancólico. Ese punto es Before Midnight. A algunos, a los que la realidad nos quema, preferíamos el cuento de hadas y el final suspendido de aquellos que tuvieron 20 años. Preferíamos la frescura a la madurez. Los 20 a los 40. Hay cosas que preferíamos no tener que saber. Y sin embargo, cada día que pasa, tenemos menos 20 años. Así es el amor.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Blog (Elena Trapé, 2010)

Neighbors (Nicholas Stoller, 2014) / Wish I Was Here (Zach Braff, 2014)

La fille du 14 juillet, Swim Little Fish Swim, Sous la jupe des filles, Ocho apellidos vascos, 3 bodas de más