Les garçons et Guillaume, à table (Guillaume Gallienne, 2013)

Creo que fue la semana pasada cuando fui al cine a ver Les garçons et Guillaume, à table.
Fue unas treinta o cuarenta horas después de enterarme de que a mi abuelo le quedaban unos días de vida. Estuve llorando sin parar, durante tantas horas que perdí la noción del tiempo. Durante tantas horas que el concepto llorar perdió su sentido, tantas horas que creo que me sequé, que perdí la capacidad de llorar. Luego me di cuenta de que esa no se va, esa se queda.

Decidí ir a verla porque el cine es lo que salva la vida. La gente dice, en esta época tan triste necesitamos más comedias. No más dramas, la vida ya es suficientemente triste. Yo siempre pensé que esta gente era un poco imbécil pero qué te voy a decir, los imbéciles a veces tienen toda la razón del mundo. Así que empujada por una imperiosa necesidad de parar el dolor, aunque sea hora y media, aunque sea poder respirar, poder detener la realidad, fui al cine a ver Les garçons et Guillame, à table.

Horas antes de ir al cine estuve pensando en algo. Me acordaba de mi abuelo y en su infinito y cálido amor, en cómo siempre cogía sus manos gigantescas y fuertes, ásperas, arrugadas, y envolvía con ellas las mías, finas y delgadas y suaves. También me acordé de cuando iba a jugar la partida al bar y siempre le pedía un helado. Al volver decía que se lo había olvidado, pero nunca era verdad. Siempre estaba escondido en la guantera, en el maletero, debajo del asiento del coche. Pero sobre todo me acordé de la última vez que vine a verle, en septiembre. Ya estaba en casa de mi madre porque ya le habían encontrado el tumor, que crecía cada día más, como un monstruo insaciable. Joy y yo habíamos comprado una cámara analógica para hacer fotos bajo el agua. Cámara que, obviamente, también sacaba fotos fuera del agua, ni que fuera un pez. El día antes de irme le pedí a Joy que me sacara una foto con mi abuelo. Estábamos los dos sentados en el sofá, yo llevaba un jersey rojo y me abrazaba a su cuello. Le pedí que sonriera, porque todas las fotos que tengo de él, tiene la cara seria y severa, cosa que él no es, nunca fue.

Cuando tiempo después revelé el carrete había mil y una fotos banales que no necesitaba, sin embargo la foto con mi abuelo no existía. Ni siquiera estaba movida, ni en negro. Simplemente no existía. Como si mi abuelo no quisiera ser capturado por y para mí. Como si ya no estuviera ahí, como si ya estuviera sumergido en una especie de desaparición irremediable.

Fue la última vez que le vi pareciéndose a mi abuelo. Cuando llegué el sábado pasado y me acerqué a su cama, aquel ya no era mi abuelo. Ese señor con 20 kilos menos, cosido al oxígeno, con tantos monstruos creciéndole en los pulmones, ese olor a muerte, ese no era mi abuelo. Mi abuelo empuja por salir desde entonces, cada vez que me aprieta las manos, o me pasa el brazo por encima cuando me meto en la cama con él, o cada vez que junta los labios para darme un beso, cuando mi abuelo en su vida fue de besos, en su vida fue de abrazos.

Estaba yo pensando en esa foto en la que saldríamos mi abuelo y yo cuando mi abuelo aún existía, esa imagen que nunca salió a la luz, cuando decidí ir al cine a ver Les garçons et Guillaume, à table. El cine es algo que no tiene nada que ver con mi abuelo. Creo que en unas navidades le regalé unos dvds que nunca vio, de esas de cine de su época. Mi abuelo y yo nunca vimos una película juntos, ni la primera. En 27 años, ni una sola película. Sin embargo durante esa hora y media, el dolor de perder a esta persona tan importante en mi vida, se vio mitigado por las risas, el ingenio, la soportable levedad, la tragicomedia de Guillaume Gallienne. Durante hora y media mi abuelo no se estaba muriendo, sino que me perdí en la butaca de cine llorando de risa, en un mundo paralelo, inexistente, pero tan poderoso. Un mundo donde los abuelos no se mueren, sino que se quedan a tu lado, protegiéndote, ganándote a las cartas, dándote dinero a escondidas, otorgándote ese amor cálido y silencioso que se supone más que se siente. El cine obra, de vez en cuando, estos milagros.

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