Solas (Benito Zambrano, 1999)

Las personas que nos sentimos solas podríamos escribir todos los árboles del mundo sobre esta enfermedad. Tan imposible enumerar todas las canciones, todas las películas, todos los libros que describen, paso por paso, la soledad.
Algunas soledades son amargas, como la habitación propia de Virginia. Como Bergman subiéndose por las paredes. Otras son dulces, ésas me gustan. Como “All alone in an empty house”. Como la soledad que estoy sintiendo ahora mismo, que la palpo cuando apago la luz para dormir sola en mi nuevo piso, cuando escucho que no hay vecinos, ni un solo ruido, sólo un limonero y más árboles por mi ventana. Es una soledad dulce la de bajar a la frutería y comprar tres melocotones. El chico me habla durante muchísimos minutos sobre ellos, estos deliciosos melocotones que, me promete, me sabrán como los que se bañan en almíbar. Me pregunto si se siente solo, y por eso habla tanto. Luego me siento sola en una terraza.
Y otras soledades son lastimeras y conformistas. Es por eso que esta película me sobra. Me sobra por fácil, por hacerme pensar otra vez en el pesado de Aranoa. Cómo que Solas. No existen sólo solas. Existen también solos, no es un mal exclusivo a ninguna raza o género o edad. Qué soledad. Es un mal común, sal a la calle. Busca otros solos, llévatelos a casa, levántate sola. Un día más. Las presencias no llenan ese hueco.
La soledad es algo tan popular que casi se ha vuelto banal, como una canción de los 40 Principales. Hay poesía tras la soledad porque ya hasta su nombre la encierra, pero hay más poesía tras el dolor, que está vivo y que casi siempre viene de mano de la gente. La soledad no duele. Es triste, sí, pero gris, mediocre, vacía. Es la nada del dolor y la nada. Elijo el dolor.

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