La mujer sin piano (Javier Rebollo, 2009)

Hoy he visto 'La mujer sin piano'.

Después de ver en la Filmoteca de Barcelona 'Lo que sé de Lola', llevaba ya un año tras esta película, y me parece realmente triste que fuera imposible verla en España y que la proyecten en un cine de Francia. Pero no voy a empezar a quejarme de cómo maltratamos nuestro propio cine, ni de distribución, ni de exhibición, ni de todas esas cosas que me cabrean tanto. Al menos tuve la suerte de poder escuchar al director en el coloquio posterior a la película.

Tras los títulos de crédito con Schubert y su fantasía para piano a cuatro manos, dijo que si queríamos podíamos permanecer en silencio mirando la pantalla en blanco, que eso también es bello, a su manera. Es cierto que a veces sólo se puede responder con silencio a todas esas cosas que nos encantan.
Y él mismo, que padece también una enfermedad del oído, nos cuenta que hizo la película porque, como decía siempre Woody Allen, 'aquello que no he podido arreglar en la vida, lo he intentado arreglar en el cine'. Me parece maravilloso poder saldar las cuentas con todos tus diablos y proyectarlos para alejarlos de ti.

La película habla de una mujer que pertenece a una generación que se ha olvidado de ser mujer. Que cuando se casa, cambia en su cartilla el nombre de 'Mujer' por el de 'Casada'. Y todo lo que la rodea son puntos suspensivos, suspensivos... suspendidos.

No deja de ser curioso que esté catalogada como Drama. Comedia., y es que mis partes preferidas de la vida son aquellas en las que realmente no sabes si reir o llorar. El ridículo estirado acaba convirtiéndose en poesía.

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También habló Javier Rebollo de que él reconoce a un buen actor por cómo escucha y por cómo camina. Que se puede reconstruir la historia del cine según la forma de caminar de los actores, desde Chaplin, pasando por Gary Cooper y hasta Marilyn Monroe. Y ahora Carmen Machi, que incluso Fanny Ardant dijo al ver esta película ¡cómo camina, es increíble!. Realmente lo es. Con el ruido de los tacones, por las calles empinadas de Madrid, con tanta tristeza y fortaleza, sin miedo, increíble.

Un espectador le dijo: 'Todo es feo. Los lugares son feos. Las personas son feas'. Él aseguró 'Me gusta lo bello de lo feo'. Puede sonar tremendamente típico, pero es de las pocas veces que creo a alguien cuando dice eso.

Realmente me cautivó cómo la película atrapa el tiempo. La mayoría de las películas que veo me dejan una sensación de rapidez, de agobio, de que todo se escapa de entre las manos, porque hay saltos temporales por todas las esquinas, elipsis, aceleraciones. La mujer sin piano se detiene, suave, está llena de relojes en casi todos los encuadres. Podemos apreciar como, después de acabarse su copa de coñac y volver a la barra, el reloj ha avanzado sólo 4 minutos. Y así, lentamente, la noche no se escurre, sino que la noche es nuestra.

También me cautivó cómo cada encuadre es realmente en cuadro, un hombre, tres lobos y dos flechas. Y qué va a hacer el hombre, con sólo dos flechas y rodeado de tres lobos. Como si el ojo hubiera decidido pararse en un sitio, y simplemente observar algo fijamente, sin seguir con panorámicas ni travellings prácticamente ningún movimiento. Como quien mira algo ensimismado. Todo el metraje es un negociar con el instante.

A todos y a todas nos falta un piano, unas zapatillas de ballet. Algo que hemos perdido y nunca hemos recuperado, algo que hemos deseado y perdido. Un trineo llamado Rosebud.

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