Sils Maria (Olivier Assayas, 2014)

Odio haber perdido la costumbre de venir aquí corriendo a escribir tras ver las películas, porque aún hoy, casi un mes después de haberla vista, me invade esa terrible emoción que sentí al salir del cine tras ver Sils Maria. Ese escalofrío de estar ante algo que te remueve tanto por dentro. Algo poderoso, certero. Sils Maria está dotada con el alma más primitiva del cine, pues es dolor, amor, traición, pánico, serenidad, angustia. Es todo aquello que nosotros, seres humanos partícipides de la vida, sentimos día a día.

Para mí Sils Maria es la mezcla perfecta entre Persona y El crepúsculo de los dioses. Ahí es nada. De Persona lo tiene todo: tiene esa crisis de identidad, vital, que enfrenta al personaje de Juliette Binoche contra sí misma, y contra eso que la rodea, llamado lo contemporáneo. O más concretamente la juventud, rabiosa juventud. Puta juventud. Competitiva, hipócritca juventud, especie de serpiente sinuosa que se cuela en tu cama en silencio, y que te devora una vez te descuides. Se apropia de lo poco que quedaba de ti, engulliéndote sin piedad. Ni siquiera piensa tomarse la molestia de masticar, es una arrogancia que se puede permitir. Maloja Snake.

Y hablando de El crepúsculo de los dioses, pienso en la crueldad de hacer que una actriz que interpretó un rol a los 18 años con otra mujer madura que poco tiempo después se suicidó, tenga que meterse en la piel de esa mujer madura. Ese admitir la derrota al paso del tiempo. Esa mujer que Maria Enders odia con todas sus fuerzas, la pobre víctima que se deja seducir por la joven garza. Y es que nadie quiere ser la víctima, la vieja, la menos atractiva, la tonta, la ridícula, la vencida, y por encima de todas las cosas, la débil, la manipulable, el juguete. Todas queremos ser la femme fatale, con la fatalidad y la belleza que este papel conlleva. Una vez que eres capaz de encarnar esas dos virtudes, no debe de ser fácil dejarlas escapar.

Si bien Sils Maria es una belleza constante, de esas que son todo menos hermosas, sino dolorosas, crueles, sutiles, retorcidas, Sils Maria es perfecta por su final, el compendio de la naturaleza humana, la mecánica de la vida, resumida en una sola escena. Maria acercándose a la joven que hace de ella a los 18 años, y pidiéndole que se replantee su manera de interpretar la última escena, diciéndole: Te vas sin ni siquiera mirarme, como si no existiera. La joven le responde: ¿Y? Maria Enders intenta explicarle que mirándola le dará más emoción a la escena, que cobrará más significado, a lo que la joven responde: Ella ya la ha visto suficiente. Ahora quiere pasar a otra cosa. Se ha cansado de mirarte. Maria Enders implora, mírame un poco más. No te canses todavía de mirarme, por favor. Mírame un poco más. No hagas que deje de existir.


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