The Hill (Sidney Lumet, 1965)
Me equivoqué de día y de
película. Entré en el Cinematographe pensando que iban a proyectar 12 Angry Men
(Sidney Lumet, 1957). Era una película que tenía muchas ganas de ver y había
leído la sinopsis justo antes de salir de casa. A la media hora me di cuenta de
que la trama no coincidía y supe de mi equivocación. Pero una vez que
estás en la sala, no puedes salir. Nadie debería levantarse de su butaca una
vez la película ha empezado. Estás encerrado. Un encierro voluntario y
gratificante.
A veces las
equivocaciones tienen una razón de ser. Quizás, si hubiera leído que la sinopsis de The Hill era “Durante
la Segunda Guerra Mundial, un grupo de prisioneros ingleses se encuentra
encarcelado en un campo militar del norte de África. Allí sufren la ira de un
sádico sargento.” no habría ido a verla. Grave error, porque ‘The Hill’ es un
drama antimilitarista que merece la pena descubrir.
Todo lo que sube baja
El espacio en The Hill ocupa un lugar primordial. Sin ir más
lejos, ese patio sin techos, ese espacio de liberación, está coronado por
una gran colina. Una colina de tierra abrasada por un sol criminal que podría
matar a cualquier hombre. La colina es el castigo que el sargento pone a los
prisioneros: súbela y bájala hasta que te desmayes. Hasta que escupas tierra. Y
lo peor de todo esto, es que al otro lado no hay nada. Solo es un espacio
infranqueable que, al igual que los movimientos de cámara de 360º, no nos
llevan a ninguna parte: empiezan y terminan en el mismo punto. No hay salida.
En ‘The Hill’ nunca llegamos a ver ese “afuera”. Lo que hay
más allá de los muros y las celdas. A veces, se hace referencia a este espacio
exterior donde la vida continua. Los personajes se aferran a la fantasía de que
algún día podrán salir de ahí, pero la colina no tiene retorno y la salvación
nunca llega a cruzar esas puertas.
Los problemas aparte
Un personaje dice: "Estamos encerrados y al maldito mundo le
importamos un comino. Somos ese 2% desagradable, los sospechosos, los
sinvergüenzas, los cobardes, los ladrones. Somos el eslabón roto del sistema”. Con
esta línea de diálogo Sidney Lumet nos deja claro que el problema no es solo el
sistema, es también el pueblo que permanece ciego y sordo ante las injusticias
de este sistema. La sociedad que es capaz de continuar con sus vidas, siempre y
cuando los problemas se mantengan encerrados, muy lejos. Donde no puedan hacernos daño.
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