La trilogía de las playas.

Uno
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Playa número 4, idea negra número 1.
Y la sombrilla salió volando arrastrada por el viento, y atravesó a la primera chica que tomaba el sol boca abajo, ajena a la tragedia que se acercaba, mientras la playa entera se llevaba las manos a la cabeza conteniendo la respiración y emitiendo un grito que era mudo porque la chica en cuestión estaba distraída escuchando el último disco de Rosalía, y la sombrilla siguió girando y atravesando a personas por el camino, recogiendo a una abuela, a niños, perros, adolescentes, y giró y giró y gotas de sangre iban salpicando la arena, los flotadores con forma de pulpo, los mojitos, las leches solares del Mercadona, dejando como estampa costumbrista un pincho moruno, una banderilla española con cebolleta, aceituna, pimiento y pepinillo, aperitivo typical spanish, bella como el Guernica.


Dos
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Estoy una semana de vacaciones con mi madre en Tarifa. Ayer iba conduciendo y escuchando mi música. Mi madre me dice:
-Esta música que escuchas me recuerda a las películas esas donde matan a gente y los cortan en trocitos. Una peli donde un señor le quita la piel a las chicas, y luego se hace trajes y vestidos.
Por la noche tenemos miedo. Dormimos en una casa en medio de la nada con todas las paredes de cristal. Solo hay oscuridad y el sonido de los cencerros de las cabras que se agitan al ritmo del viento del levante. En los matorrales se oye un animal grande como atrapado o enfadado. Mi madre coge una linterna, yo un cuchillo. No sabemos qué pretendemos ni qué haríamos con estos dos objetos de ser necesario pero los asimos fuerte.
Al día siguiente vamos a la playa. Atravesamos un camino lleno de girasoles y otro de maíz. Le pido a mi madre que se coloque frente al maíz para sacarle una foto. Me dice que no, que es muy feo, e increpa:
-Eso es porque de pequeñita te dejé ver Los chicos del maíz y se te quedó ahí metido.
Le respondo que igual no debería haberme dejado ver esa peli siendo yo menor de 7 años.
-Era para que vieras lo que hacían los demás niños.
Me meto en el mar y siempre nado un poco más allá. Me dejo flotar donde no hay nadie y de repente atisbo a lo lejos un enorme e hinchado flamenco rosa flotando a la deriva. Se acerca nadando rápidamente hacia mí. Me asusta un poco, es 3 veces mi tamaño, casi como un tiburón blanco. Tiene la mirada turbia, pensamientos impuros. Me pregunto si tiene dueño, si este simplemente le dejó dar un paseo a cambio de la promesa de volver pronto a casa, o si es un espíritu libre vagando cual pirata por alta mar, buscando el punto de encuentro entre el Atlántico y las aguas más amables del Mediterráneo. Quiero seguirle, pero mirándome fijamente a los ojos entre amenazante y altivo, sigue su camino dejándome allí sola con cara de gilipollas.


Tres
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En la playa el chico con una enorme erección está de pie frente a toda su familia, sentada a sus pies. La hermana, la madre y el padre, la abuela e incluso una niña de unos 6 años. Rodeados de Mahous y neveritas, todas sus miradas se alzan hacia este miembro de la familia. El chico de la erección tiene las dos manos en la cintura, un bañador lleno de plátanos y se mantiene ahí, firme, orgulloso, como quien decide asumir una evidencia incómoda y demasiado grande de la que nadie quiere hablar, en plan una hoja de espinaca entre los dientes, o un recién nacido negro con padres blancos. Habla con su acento andaluz sobre el clima, las sombrillas y lo rico que estaba el bocadillo de chorizo. Se empieza a contonear hacia los lados, la abuela ya no sabe dónde meterse, pero sigue mirando a su nieto fijamente a los ojos como aceptando el reto. La niña boquiabierta empieza a llorar. Estalla una tormenta. La gente corre hacia sus coches. La playa entera se vacía. El chico sigue de pie, con su erección, contra viento y marea, digan lo que digan. No piensa moverse de ahí jamás. 

 

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